Hay una frase muy interesante que reza “las buenas intenciones no son suficientes”.

La Iglesia en el Perú, no está dividida, está dispersa en una variedad de expresiones; y aún en ese mosaico de tradiciones, resaltan una variedad de características propias que precisamente la hacen una. No hay una sola manera de ser evangélico y mucho menos, tampoco hay una sola expresión de confrontar la maldad y el desorden. Somos así, opinamos y disentimos, y de manera especial en torno al complejo mundo que encierra el ejercicio ciudadano y el quehacer político. ¿Eso es malo? De ninguna manera, es saludable y enriquecedor.
Algunas razones por las que el CAG pierde autoridad:
Su propia naturaleza:
- En el contexto de la democratización. Las congregaciones locales cumplen un mejor papel democrático, y es desde ahí donde se cumple el propósito de la prédica y la oración, relacionando con mejores acercamientos el papel de la Iglesia y del Estado. Cuando el romanismo pensó en un Te Deum, éste surgió en el pensamiento jerárquico como una manera de mantener esa jerarquización en sus relaciones con el Estado. ¿Por qué no existe un Te Deum a favor de los alcaldes, presidentes regionales? ¿Cuál es el aporte del Te Deum a la democratización del país? ¿El Te Deum Evangélico se sostiene en un ambiente de democracia o es una imitación del romanismo?
- En el proceso de inclusión social. Al aceptar unas ideas y rechazar otras, al incluir a unos y excluir a otros, se pierde de vista ese proceso que debería ser el marco referencial de la presencia ciudadana evangélica. Al estar en Lima la sede del ejecutivo, se pierde de vista el resto del país. Resultaría tedioso, por supuesto, que el Presidente tenga que viajar a otro departamento o región para participar de un Te Deum evangélico. Esa labor la hace mejor en sus tareas presidenciales. Es necesario romper con esa idea de sociedad exclusiva, pues rompe con la naturaleza de las comunidades de fe.
- Como voz profética. Se necesitaría una especie de “Mensaje de 28 de Julio evangélico” que tome en cuenta la realidad evangélica, la situación de las demás confesiones, el panorama social y político en sus distintos contextos, etc., una especie de agregado al mensaje presidencial o como contraparte de ella, pues la oración que sigue al mensaje, se sostiene en los precedentes. Es peligroso cuando un Presidente acude a una cita religiosa como Mandatario, pues entra en tensión el juego político-religioso que es precisamente lo que ocurre hoy. Cuando Pablo encargó a la Iglesia las súplicas y oraciones por los que están en autoridad, tenía en mente a la iglesia local, no una iglesia desigual o institucionalizada en un marco como el que se observa en el CAG cuya representatividad es incorrecta.
- La Unidad de la Iglesia. Creo que hay que tomar en cuenta varios elementos que conjugan, más allá del propósito del CAG. Hay una variedad de expresiones y opiniones, propias precisamente de la naturaleza misma de la Iglesia, especialmente en nuestro país que tiene características que hay que tomar en cuenta. El divisionismo no es producto de esas divergencias, sino de la uniformización de la Iglesia. De ahí, que tomando en cuenta esta variedad de situaciones, es que algunos se sentirán representados y otros no, y a ello, hay que añadirle los principios éticos que se han pasado por alto en la organización del mismo. ¿Qué es el verdadero espíritu cristiano? Una respuesta simple no va a ayudar a acercarse a esa múltiple realidad que se vive en todo el país, y por ende, en Latinoamérica y el resto de naciones. Por otro lado, cuando las congregaciones locales cumplen esa función que le ha sido señalada a la Iglesia en torno a los gobernantes, esa variedad se expresa en libertad y corresponde a las comunidades percibir su responsabilidad; pero cuando se institucionaliza esta responsabilidad, es natural que surjan puntos divergentes, especialmente porque las voces son múltiples, no uniformes. Es natural, que en un contexto tan variado, se cometa el error de unificar el pensamiento, la visión, lo que se resalta y lo que no. Ahí radica la gran diferencia entre el romanismo y el movimiento evangélico. ¿El Te Deum Evangélico une a la Iglesia?
- Oración por los gobernantes. Una cosa es interceder por nuestros gobernantes, otra es “encargarles” ese mandato constitucional de representante de toda la nación en la que han participado todos los peruanos en una contienda democrática. Bástale al Perú la prédica auspiciosa de los sectores católico-romanos. Si en la oración, no están todas las voces, todas las súplicas, todas las expectativas, deja de ser una oración, un clamor de la comunidad de fe para convertirse en la oración de un grupo, aunque de diversas tradiciones evangélicas, pero sigue siendo la de un solo grupo. Son las oraciones de los “santos” en todo el país, los que se han asociado con el corazón de Dios para este fin.
- La promoción de un “Te Deum”. En una sociedad plural lo que una institucionalidad de esta naturaleza promueve es precisamente el auspicio de otros grupos confesionales para hacer lo mismo: islámico, judío, adventista, budista, etc. Ahí no habría democracia, sino confesiones religiosas que buscan tener su parte en relación al Estado y su relación con cada una de ellas. La postura del cristianismo evangélico en Latinoamérica ha sido la búsqueda de igualdad en el trato, la equidad ante el Estado en términos de laicidad, no la imitación de los poderes que buscan afianzarse por medio de tradiciones religiosas donde el tema de fondo es el “poder”, no la oración.
No veo saludable un culto especial a nombre de toda la población evangélica, pues pierde la sustancia de la participación de toda la iglesia, y de la reflexión, a la luz de la palabra, de la responsabilidad ciudadana. La mejor riqueza ocurre en el seno mismo de las congregaciones locales. Es ahí donde ocurren los mejores procesos democráticos y de responsabilidad ciudadana, así como de representación y de corazones quebrados para elevar sus voces a Dios por todas las autoridades.
Cuando la institucionalidad causa división, ya no es saludable, sino que son expresiones de la propia naturaleza de su condición. Esa no es la riqueza evangélica, pues históricamente ella ha defendido la inclusividad, no la exclusividad. ¡Qué distinta es la imagen de las congregaciones locales en continua intercesión por las autoridades bajo el lente de las escrituras; una reflexión del acontecer sociopolítico, un compañerismo que se compromete y trabaja unido; y otra una imagen de un servicio institucionalizado en el que sólo se va a orar y tomarse fotografías!
¡Las buenas intenciones, no son suficientes!
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